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viernes, 9 de septiembre de 2011

Lituania, 2da. parte: Primer trip en bici a través del país, y Rainbow Gathering


Entre el 10 de agosto y por espacio de unos veinte días se celebraba el Baltic Rainbow Gathering en un bosque cerca de Anyksciai, algo de 160 kms. desde Kaunas. Los Rainbow Gatherings son comunidades igualitarias temporarias que se celebran desde los '70 en todo el mundo, en contacto con la naturaleza, y exponiendo ideales de paz, amor, no-violencia, respeto al medioambiente y libertad como propuesta contracultural a la cultura pop, consumismo y medios masivos. ¡Básicamente, un montón de hippies! Indre (que ahora me estaba hospedando en su casa) y yo nunca habíamos asistido a uno, así que decidimos que sería buena idea sumarnos a los hermanos por unos días.
La idea era hacer dedo, lo que nos llevaría algo de tres horas. Pero era demasiado fácil, así que con una sonrisa complice le pregunté: "¿Y si vamos en bici?". Así que pedí prestada Hércules a Tuchkus, la bici que se convertiría en compañera en este primer trip en dos ruedas de mi vida. Hércules tenía unos 30 años, y la verdad es que había tenido tiempos mejores. Sólo dos de los tres cambios andaban, los frenos no funcionaban del todo y el asiento (un hermoso Brooks vintage de los '80 eso sí...) se movía para todos lados. Pero hizo honor a su nombre cargando con más de 40 kilos de equipaje (míos y de Indre) entre ropa, bolsas de dormir, tienda, comida y utensillos de cocina. No para ser un gentleman, sino por motivos prácticos (como me gusta pedalear rápido, decidí que era buena idea cargar todo el peso para igualar el ritmo). Además, era el perfecto argumento en caso de discusión: "¡¿No ves que estoy cargando todo yo solo?!". Igualmente ello no previno que se quedara atrás y tuviese que provocarla con suaves injurias para que pedaleáse más fuerte... El primer día salimos tarde de Kaunas (a eso de la 1) y tomamos pequeñas carreteras regionales, asfaltadas pero casi sin tráfico, por el medio de pequeños pueblos y caseríos en medio del campo, con vistas y paisajes que sólo en esta clase de rutas perdidas y en bicicleta se pueden encontrar. Hicimos una parada en un restaurant barato en Jonava, donde por 2€ me comí una porción abundante de pescado con queso gratinado y papas al horno, y seguimos camino. Pronto nos dimos cuenta que la travesía en bici fue una buena eleccion, con un hermoso paisaje que parecía salido de un cuento de hadas y hermosas rutas arboladas solo para nosotros. Acá va un pequeño video sobre los paisajes de Lituania para que se den una idea:


El sol comenzaba a caer en el horizonte cuando decidimos parar a comer y acampar cerca de Ukmerge en unas plantaciones detrás de unos árboles, lejos de la carretera y al refugio de miradas curiosas. Habíamos cubierto 80 kms. en medio día: nada mal por ser la primera vez. Temprano al día siguiente levantamos campamento para seguir ruta. Pero se presentó un inconveniente: el poco acostumbrado trasero de Indre se rehusó a continuar. Habían sido suficiente para él las 6 horas del día anterior sobre el poco cómodo asiento deportivo que montaba su bicicleta y ahora pagaba las consecuencias. Tratamos de poner un toallón como acolchado para minimizar el martirio, y si bien el dolor continuaba pudimos proseguir lentamente. Pasado el mediodía paramos a descansar en un pequeño pueblecito sobre el camino llamado Kavarskas. Disfrutamos una buena cerveza fresca (un lujo en un país donde se bebe a temperatura ambiente. Puajjj...) y fumamos sendos cigarrillos (¡nada mejor después de hacer ejercicio, niños!) en el césped y bajo el cálido sol de finales de agosto.



Pasamos Anyksciai y nos encontramos con un hermoso lago de frescas aguas azules que invitaban al baño. Indre quería parar, pero yo había tenido bastante de parar y parar aquí y allá, y lo único que quería era llegar a destino antes de la noche y dejar toda la porquería que cargaba. Así que muy a pesar de Indre continuamos, y en un pequeño poblado llamado Andrioniskis, cercano al meeting, paramos a preguntar direcciones. La señora fue super amable y estaba al tanto del Rainbow, así que fue bastante fácil encontrar el lugar.


Pasamos Lasiniai e Inkunai en pequeñas carreteras atravesando el bosque y finalmente nos encontramos con Urtas, que nos mostró el camino. Saludamos a algunos de los chicos que estaban por ahí y fuimos a buscar un lugar para dejar las cosas y poner la tienda. De ahí, socializar un poco, las consabidas presentaciones y pegarnos un buen baño en las cristalinas aguas del río que pasaba por ahí. Conocimos a la gente, que llevaba ya unas dos semanas en el lugar, tomamos un té y nos contaron un poco de que iba el tema. Me encontré también con Gabriela y Airida, a quienes había conocido en el ecofestival y del que Gabriela era también organizadora. Al caer de la noche, comer bajo las estrellas alrededor del fogón la deliciosa comida tradicional de Uzbekistán (Plov) que Serguei había preparado. Antes de comer, todos nos pusimos de pie en círculo alrededor del fuego tomados de las manos, y comenzamos a cantar canciones y alabanzas de agradecimiento. Me comí tres platos gigantescos, con el estómago abierto por los dos días de bicicleta, y estuvimos de sobremesa y tomando té hasta la medianoche, cuando decidí irme a descansar a mi hermosa carpa y recargar energías. Me desperté temprano a la mañana siguiente y desayuné un té con el hermano de Urtas y Katja. Ella era alemana y llevaba unos cuantos años viajando por el mundo. Ese día era sábado, y día fuerte del festival de música folclórica más grande del país, por lo que mucha de la gente se había ido. Yo quería ir, pero me había enterado demasiado tarde y ahora era difícil llegar a tiempo, así que quedamos a pasar el día en el bosque. Ayudamos a Serguei a cocinar "borsch" y unas deliciosas setas que habían traído del bosque y que tenían un sorprendente sabor entre pollo y pescado. Pasamos la noche tocando algo de guitarra con un chico de Noruega mientras Ehres tocaba el didgeridoo y charlando de cosas.


Pero el pronóstico para el día siguiente era de lluvia fuertes y tormenta después del mediodía, así que decidimos que la opción más sensata sería despertar al alba y salir lo más temprano posible, pedaleando fuerte para ya tener mitad de camino en el bolsillo y estar acampados en buen lugar cuando se largase el diluvio. Así que despertamos temprano y nos despedimos de los chicos. Ricardas, que había hechos muchos trips y a veces arregalaba bicis en sus ratos libres, me dió algunos consejos y revisó a Hércules. Salimos, y después de 15 kilómetros paramos en Andrioniskis a comprar provisiones y comer algo. De ahí, bordear Anyksciai y otra parada en Kavarskas, donde con Hércules nos enfrentamos a una subida bastante decente. Pedaleando de pie, tratando de mantenerme en equilibrio por el exceso de equipaje, y zigzagueándo de borde a borde del camino para minimizar la pendiente. No fue una hazaña, pero dadas mis condiciones de principiante al mirar hacia atrás desde la cima mientras trataba de recuperar el aliento me sentí como el primer humano al subir el Monte Everest. Decidí que me merecía una buena cerveza fría (Svyturios, la más popular del país báltico) para celebrar y paramos con Indre un buen rato. Yo empecé a tratar de provocarla suavemente tocando su orgullo para que fuese más rápido, y la estratégia dió resultado: un poco enojada y con el ceño medio fruncido empezó a pedalear como posesa para demostrarme que no era una mujer débil. ¡Finalmente! Por un par de horas nos movimos a algo más de 30 km/h. Yo iba tratando de mantener el ritmo con toda la carga, chupando rueda para cortar el fuerte viento de frente, cuando a ella se le ocurrió frenar de repente enfrente mío. No fue la opción más inteligente quizás, y terminé desparramado en medio de la carretera. Por suerte, no venía nadie en ese momento y no sufrí más inconveniente que unos raspones en las rodillas... La buena noticia era que no llovía, y si bien el cielo estaba cubierto, no parecía probable que se avecinara mal tiempo.


Pasado Jakutiskiai, a Indre se le acabaron las baterías y comenzó de nuevo con dolores en las posaderas, así que volvimos al cansino ritmo de 10 km/h habitual. Pero ya faltaba poco y habíamos cubierto un buen trozo del trayecto, así que podíamos relajarnos un poco. Un hermoso sol comenzó a brillar, iluminando las esponjosas nubes de algodón y los campos verdes que los hombres trabajaban, tal como habían trabajado sus padres y los padres de sus padres desde tiempos inmemoriales, en sus vidas simples, devotos a la Madre Tierra.


En el pequeño pueblo de Bukonys paramos a cargar agua y comprar cigarrillos y chocolates, provisiones indispensables en cualquier viaje que se precie. Preguntamos a unos locales que miraban pasar las horas en un banco por direcciones, y me reía por dentro de su estupor cuando supieron de donde veníamos. Creo que haberles dicho que veníamos de otro planeta no les habría causado mayor impresión. Así que comimos unos chocolates en un banco mientras los rumores se extendían en el pueblo y la gente nos miraba de reojo.


Llegamos a Jonava (a 25 kms. de Kaunas) cuando quedaban un par de horas de sol, y decidimos hacer trampa y tomar el tren (al final del día nos dimos cuenta que hubieramos tardado menos en bici...). Pero 120 kms. en una jornada estaba bien, y podíamos darnos el lujo de descansar en las vías tomando un café. Aunque las semillas de la idea de otra aventura, esta vez mucho más grande, ya estaban plantadas en nuestras mentes...

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