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miércoles, 10 de agosto de 2011
De Génova a Viena. Italia no es gran país para autoestopistas...
El sol comenzaba a alzarse sobre los cielos de Genova y comenzamos a caminar hacia la estación de servicio (gasolinera) que habíamos elegido para empezar el viaje. El ánimo estaba alto porque iba a ser la primera vez viajando juntos con James desde haber recorrido Malasia a dedo hace un par de años.
Nos llevó una hora caminar hasta la estación de servicio (gasolinera) que habíamos elegido para comenzar el viaje, justo al lado de la autopista A7. Me serví un apetitoso desayuno español (café y cigarrillos) y empezamos a preguntar a gente. Un problema era que la gasolinera estaba al lado del cuartel de la policía. En la mayor parte de los países europeos está prohibido por seguridad hacer autostop en la autopista pero no hay problemas en las gasolineras, aunque la policía no es un problema. Hasta me han pasado casos de policías ayudándome parando coches y preguntandoles si podían llevarme. Pero en Italia la policía es de las menos amistosas del viejo continente, y por razones que nunca nadie supo explicarme está también prohibido preguntar a los coches en las gasolineras. Como James habla solamente inglés y es un poco más tímido, nos dividimos. El se quedó a la entrada de la autopista con un cartel y yo en la estación de servicio preguntando a los coches. Después de un rato, Franklin se ofrecío a llevarnos hasta Brescia. El era de Ecuador y llevaba 10 años trabajando en Italia. Fuimos todo el camino charlando sobre como era la vida en el norte de Italia, más rico y normalmente menos amistoso que el sur, las diferencias con los distintos países y me conto como era la vida en su país.
Finalmente nos despedimos en un autogrill, especie de restaurant-gasolinera sobre la autopista, y continuamos. Me tomé una buena dosis de café para compensar la larga noche sin dormir, y seguí preguntando a todo el mundo. Los minutos fueron fundiéndose bajo el cálido sol estival, y a pesar de tener unas cuantas charlas con la gente parada alrededor no tuvimos suerte durante un buen rato, hasta que conocimos a Sandro, con su hermoso acento y simpatía características de la región de Roma.
Fuimos hablando de todo un poco, y el se ofreció a dejarnos en un inmenso parking para camiones fuera de la autopista, donde según él iba a ser muy simple conseguir un camión directo hacia Viena. Para largas distancias, mi regla de oro número uno es no alejarme de la autopista. Mi regla de oro número dos es también no alejarme de la autopista. Pero lo consultamos con James y decidimos que un camionero local tendría que saber mucho más que dos mochileros, así que decidimos seguir su consejo. Craso error. El lugar estaba casi vació debido a la época de vacaciones, y los pocos camiones parecían ir en otra dirección o pasaban todo el día descansando. Después de algo de dos horas, decidí ir al bar para sacar información y cambiar la estrategia. Después de charlar un rato y curiosear un poco, una de las chicas se ofreció a escaparse unos minutos para dejarnos en una gasolinera sobre la autopista A4. Una vez ahí, todo fue más fácil. Unos tres minutos despúes de llegar, veo dos chicos que me hacen señas para que me acerque. Ellos eran franceses y viajaban en un hermoso camión convertido en vivienda. La conversación fue masomenos así:
"¡Bonjour! ¿Donde vas?"
"A Viena..."
"¡Nosotros para Croacia, subíte! Te llevamos 300 kms., hasta el desvío. Tomá un café, y subí la mochila..."
"¡Wow, gracias! Pero viajo con otro chico de Nueva Zelanda."
"¡Ouiii, no problem! ¡Dile que venga!
Y así partimos. Se sentía muy bien estar otra vez en movimiento, especialmente entre gente con la que me sentía cómodo, y me encantaba tener la posibilidad de practicar otra vez mi francés. Fuimos escuchando muy buen reggae galo todo el camino, charlando de viajes y gentes, y riendo mucho. Paramos a cargar gasolina, y nos encontramos dos autoestopistas húngaros que volvían a casa. Tibor, el conductor, no tardó diez segundos en decirles que vinieran con nosotros, y partimos de nuevo. El sol caía iluminándolo todo con la tenue luz del crepúsculo cuando nos dejaron a todos en un buen lugar donde la autopista se bifurcaba. Sacamos unas fotos y nos despedimos deseándonos la mejor de las suertes.
El lugar estaba lleno de camiones, pero todos parecían ir en otra dirección. Después de un buen rato, un camionero polaco muy simpático nos explicó que era debido a que las autopistas austríacas eran demasiado caras para camiones, por lo que todos las evitaban. Ya era tarde, y como estabamos muy cansados decidimos acampar en un bosquecillo cercano para pasar la noche. Despertamos al alba del día siguiente y retomamos la búsqueda. Luego de un par de horas decidimos que lo más sensato sería tomar la ruta alternativa cruzando Eslovenia, y después de poco tiempo unos chicos franceses se ofrecieron a llevarnos 200 kms. hasta Maribor, a un paso de la frontera con Austria. Ellos iban a visitar unos amigos en Hungría y después de ahí viajar un poco por Europa.
De ahí, una camioneta nos llevó un corto trayecto hasta un gasolinera antes de Graz, otros 200 kms. antes de Viena. Pasamos ahí un buen rato, debido a que la mayoría estaban super cargados y parecían ir principalmente hacia República Checa y Alemania. Después de un par de horas, un par de chicas aceptaron llevarnos hasta Viena. Lo pensaron dos veces, comentaron entre ellas y decidieron que parecíamos buena gente y que no olíamos demasiado mal, así que partimos. Fuimos charlando todo el camino, en inglés por primera vez en bastante tiempo, y disfrutando el paisaje.
Al caer la tarde nos dejaron en una parada de metro (subte) en los suburbios y nos despedimos. Nos colamos en el metro, y fuimos directamente a la casa de Elisabeth, donde nos esperaba una larga noche de sueño...
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